Diario de Siberia VII: Ulán-Udé, la capital de Buriatia

Diario de Siberia VII: Ulán-Udé, la capital de Buriatia

Diario de Siberia VII: Ulán-Udé, la capital de Buriatia

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Llegamos a Ulán-Udé por la mañana temprano procedentes de Chitá. A pesar de haber tenido una noche tranquila en el tren estamos cansadísimos y venimos con ganas de ducha, así que no nos importa pagar extra para entrar en la habitación antes de las doce. Como mañana nuestro tren a Irkutsk sale por la mañana, he reservado alojamiento cerca de la estación para ahorrar tiempo. Sin embargo, con este nivel de cansancio el trayecto de diez minutos se me hace eterno y, como soy muy lista, me he cargado la suela de mis sandalias nuevas. Quería cambiar de calzado y supuse (mal) que habría una acera en condiciones desde la estación al hotel, pero ¡qué va! Tenía unos socavones y unas chinas que ni te cuento.

El hotel ocupa la primera planta de una jrushovka (así llaman a los edificios de viviendas de cuatro plantas construidos durante la época de Nikita Jrushov) y tiene unas doce habitaciones. La dueña es una señora de etnia buriata bajita y simpática que se sorprende gratamente cuando me oye hablar en ruso y me hace todo tipo de preguntas. Como nos ve cansados, nos da las llaves de la habitación enseguida y nos ofrece café. La bandeja del café llega mientras estoy lavando algo de ropa en el lavabo y es tan malo como esperaba: de nuevo café soluble diluido en agua caliente, con poca leche y demasiado azúcar. R dice que ese caldo azucarado no se lo bebe.

Después de descansar un rato salimos a buscar un sitio en el que desayunar. Mi mapa impreso y el de Google Maps no coinciden y damos una vuelta extraña por calles con edificios oficiales bonitos y cuidados y nos topamos sin querer con la estatua de la cabeza de Lenin más grande del mundo en la plaza Sovetov.

Cabeza de Lenin en Ulan-Ude, Rusia

Al otro lado de la plaza entramos en una cafetería tipo bufé que se llama Appetite y pagamos menos de 200 rublos (2,90 euros) por dos cafés de esos malos, cuatro bollos y un trozo de tarta. La cajera está empanada y no parece preocupada porque la cola pronto llegue hasta la puerta. En Rusia la gente come de todo a cualquier hora. Ahora mismo son casi las once de la mañana y nosotros estamos desayunando, pero en la mesa de al lado una señora come pizza y también vemos a gente comiendo sopa, carne con puré de patata y tartas.

Nuestro plan es subir a un templo budista (Datsan Rimpoche-Bagsha) en una colina a las afueras y cogemos la marshrutka 97 enfrente del hotel Бурятия Plaza, como tengo apuntado según los consejos de otro viajero con blog. Resulta que la furgoneta no sale enfrente del hotel, sino delante (me pregunto si el bloguero confundió «enfrente» con in front of), así que nos hemos montado en la furgoneta que va en dirección contraria. Tardamos una media hora en darnos cuenta, pero al menos así hemos visto un poco el sur de la ciudad, un accidente y el teatro por solo 20 rublos cada uno. La marshrutka correcta va a toda leche, como el resto de los coches. Según vamos subiendo la cuesta hacia el templo, vemos más casas de madera y calles de tierra, como en los pueblos.

Arriba en la colina hace mucho viento y no tarda en lloviznar, así que, aunque hemos desayunado hace poco más de dos horas, entramos en el restaurante cercano para tomar algo y usar el baño. Las vistas desde el restaurante son increíbles y cuando terminamos nuestras bebidas no tenemos ganas de salir, así que acabamos comiendo. En la mesa de al lado hay una suerte de reunión familiar donde se ve a leguas quién manda. Un hombre de unos cincuenta con americana y una camisa estampada demasiado apretada es el centro de atención de toda la mesa. Él es quien lleva la voz cantante en las conversaciones y gesticula con aires de persona importante. Las mujeres de la mesa no participan demasiado y se preocupan más de los niños.

Ha dejado de llover, pero el viento es aún fuerte. Subimos las escaleras que dan acceso al templo y lo rodeamos andando contemplando las vistas de la ciudad a nuestros pies. A la izquierda hay un templete con tubos gruesos metálicos con inscripciones y una campana enorme. En la ladera de la colina ondean miles de banderas de tela de colores con oraciones.

Nos montamos en una de las furgonetas que esperan vacías junto al templo y R insiste en que nos sentemos en la parte de atrás, pero cambia de opinión cuando ve una mancha de sangre de tamaño considerable en el cristal.

Ya en el centro vemos la placita de la Ópera y su fuente y bajamos por la calle Lenin cruzando el arco hasta una catedral blanca. A la vuelta queremos entrar en lo que parece un mercado de abastos, pero a través de un arco vemos que en el centro solo hay un patio descuidado con hierbajos. Con la buena pinta que tenía el sitio. ¡Vaya desilusión!

El museo histórico de la ciudad se ubica en una casa de madera en la calle Lenin. Es pequeño, la entrada barata y no hay nadie dentro. Alberga una colección sorprendentemente aleatoria de muebles de una familia local, ropa, juguetes y utensilios varios. Lo mejor son dos salas con fotografías antiguas de Ulán-Udé a principios del siglo XX, cuando era poco más que un fuerte de madera con un mercado y un hospital.

Al salir nos refugiamos de un tremendo chaparrón en un centro comercial de esos tan raros que solo tienen un par de tiendas. En la planta de abajo hay una tienda de carcasas de móviles, en la primera hay una tienda de electrodomésticos y en la de arriba hay una librería-papelería infantil. También hemos notado que en Ulán-Udé casi no hay tiendas de alimentación en el centro. Solo hemos visto un supermercado.

En la cafetería Ethnocafé pedimos buuzi, el único plato de la zona que me atrevo a probar, porque las otras especialidades no suenan demasiado apetecibles (carne de caballo hervida, lengua de vaca, coxis de cerdo, omul salado). Los buuzi son unos saquitos de pasta con un agujero arriba que están rellenos de carne picada de cordero (a veces ternera) con cebolla. Se come con las manos. Coges un buuza, le das un mordisco y bebes un poco del caldo que suelta la carne. Normalmente lo sirven con patatas o ensalada de col. Como estaban muy calientes, partí el mío por la mitad y me lo comí con tenedor, seguramente un sacrilegio gastronómico que los buriatos nunca me perdonarán, pero es que aquello era lava pura.

Le damos una oportunidad a otro centro comercial, donde el 90 % de los locales son zapaterías y el resto tiendas de ropa de mala calidad, fea y cara. En el escaparate de una tienda de ropa interior hay unos calzoncillos para gordos con texto en inglés y chino: «Fat men’s underwear». Un mensaje claro, directo y fino donde los haya. El texto viene acompañado de la imagen de un hombre gordo con sombrero que pretende ser italiano.

El cansancio empieza a pasarnos factura y decidimos cenar temprano y volver al hotel para descansar. Mañana nos espera el último y prometedor trayecto en tren de nuestro viaje hasta Irkutsk.

Calle Lenin
Catedral
Stalin abraza a la hija de un delegado buriato (el señor de atrás, que normalmente eliminan de la foto). Los padres fueron asesinados poco después.
Lugares mencionados de Ulán-Udé en un mapa
Alojamiento en Ulán-Udé

Dónde nos alojamos nosotros: Hotel Shumak*
Dirección: Revolutsii 1905, d.32
Puntuación en Booking.com: 9,2/10
Ver más alojamiento en Ulán-Udé*

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Irene Corchado Resmella

Irene Corchado Resmella

Traductora jurada y jurídica de inglés (ICR Translations) especializada en derecho de sucesiones de Inglaterra y Gales, España y Escocia. Autónoma. Residente en el Reino Unido desde 2011 (Edimburgo < Oxford < Londres < St Albans). Casada con escocés. En Instagram: @curiolancer.

Anécdotas del Transiberiano: los rusos al volante

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Anécdotas del Transiberiano: los rusos al volante

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Una de las cosas que tengo claras sobre Rusia es que no es un país para recorrer en coche, al menos no con la misma tranquilidad y confianza que en otros lugares. He llegado a esa conclusión después de mis estancias en ciudades rusas tan distantes (y distintas) como San Petersburgo, Moscú, Sochi o Yakutsk, además de mi reciente viaje por el este de Siberia.

El estado de las carreteras deja mucho que desear y los rusos al volante son un auténtico peligro. Los cinturones de seguridad brillan por su ausencia, al igual que las motos o las bicis. Los socavones y baches son gigantescos y los accidentes no es que sean frecuentes, sino constantes. No hay más que buscar cualquier destino ruso en el mapa de Google y poner el hombrecillo amarillo en alguna carretera para ver coches accidentados y conductores discutiendo o llegando a un acuerdo (lo de llamar a la policía no se lleva mucho por estos lares, porque la palabra «policía» conlleva, en muchos casos, un soborno). Por si fuera poco, en el este de Siberia muchos vehículos son japoneses y llevan el volante a la derecha.

A continuación, comparto un par de anécdotas viales de nuestro viaje por Siberia:

Chitá

Chita, Rusia

No hay un solo paso de peatones de la estación de trenes hasta la plaza de Lenin, que parece ser el único lugar de la ciudad que los tiene. Aquí hay que cruzar con confianza, porque los conductores están locos y hay muchísimo tráfico. Tenemos que cruzar un cruce de cuatro calles sin semáforo ni paso de cebra y los dos primeros intentos resultan fallidos. Al poco se nos une una mujer y le digo a R que lo mejor es que nos pongamos a la izquierda de la mujer y crucemos un par de segundos después que ella, para así no ser los primeros en ser atropellados en caso de accidente.

Ya en la plaza Lenin el semáforo está en rojo para los coches y la estampa ahora mismo es esta:

Hay coches aparcados en doble fila (veo a algunos hombres echándose una siestita), un señor con el capó abierto intentando arreglar algo, un tractor, una furgoneta con la puerta abierta por la que se asoma un hombre a que le dé el fresco y otro hombre que cruza media calle y se pone a hablar con un conductor que espera la luz verde del semáforo.

Leer diario de viaje de Chitá

Ulán-Udé

atasco en Ulan-Ude, Rusia

Mira que nos sorprendió el tráfico de Chitá, pero el de Ulán-Udé es todavía peor. Nunca estás seguro de si los coches van a parar cuando cruces, sobre todo en sitios donde no hay ni semáforos ni pasos de peatones. En el cruce de la plaza Sovietov con la calle de Lenin algunos coches se quedan atrapados en medio del tráfico (aquí no hay cuadrícula ni nada, por supuesto) y otros los rodean, se adelantan y taponan los cruces… El caos es increíble.

Nos montamos en una marshrutka (furgoneta con ruta establecida) para ir al templo budista. No sé a qué velocidad va el conductor, pero seguro que a más de la permitida. Veo a conductores fumando, hablando por el móvil y sin cinturón. Todo a la vez. Incluso vemos un 4 x 4 yendo por los raíles del tranvía cuando viene un tranvía de frente a pocos metros y lo esquiva de milagro en el último segundo.

Leer diario de viaje de Ulán-Udé

Irkutsk

autobus en Irkutsk, Rusia

Acabamos de cruzar la calle y un coche se pone a pitar. Me doy la vuelta y veo que aún hay un chico cruzando la calle y el coche le pita para que se dé prisa. El chico no puede ir más deprisa; se ve a leguas que tiene un problema físico en el lado izquierdo que le hace cojear. El coche pita, aunque al chico le quedan apenas dos o tres metros para llegar a la acera. No me lo puedo creer: conductores pitando a una persona con una minusvalía física en un paso de peatones. Me hierve la sangre y solo pienso en improperios en español que termino tragándome.

Damos un paseo por el centro en busca de las típicas casas de madera y en un cruce una señora mayor se me agarra del brazo y me pide amablemente que le ayude a cruzar la calle. Dice que tiene miedo de caerse en los raíles del tranvía y no me extraña, porque el asfalto está todo roto y hay unos agujeros tan grandes que no sé cómo los tranvías no descarrilan. La amabilidad casi excesiva con que la señora me habla me hace pensar que no es mucha la gente que le ayuda.

Leer diario de viaje de Irkutsk

Irkutsk-Listvyanka

lago Baikal, Rusia

Nos levantamos temprano y vamos al mercado central a coger el minibús para ir al lago Baikal. El trayecto dura una hora y es de atracción de feria. El conductor va demasiado deprisa, se mete en los raíles del tranvía, pita a los peatones y habla por el móvil de vez en cuando. Vamos sentados en asientos colocados a una altura mayor de lo normal, porque están encima de la rueda. Casi no me llegan los pies al suelo.

La carretera a Listvyanka está en unas condiciones penosas. Están construyendo una nueva y de corazón espero que esté terminada para cuando vayas tú. Hay unos bultos en el asfalto que nos hacen saltar cada dos por tres y tener la misma sensación en el estómago que al bajar una cuesta en una montaña rusa. Yo creo que las montañas rusas no se llaman así por las montañas, sino por las carreteras.

Tenemos cinturón de seguridad (no siempre hay) pero, aun así, el culo se despega del asiento cada vez que saltamos. R dice que es como montarse en una atracción. Yo le digo que sí, solo que esto conlleva un mayor riesgo de accidente. Se calla. Empiezo a marearme y agradezco que tardamos poco en llegar, porque las náuseas estaban a punto de hacerme pasar un mal rato. El trayecto de vuelta es igual de desagradable que el de ida, pero esta furgoneta ni siquiera tiene cinturones de seguridad, lo que le da más emoción al asunto.

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